Arroz y papa en la mira: el régimen cubano sugiere dejar de comer estos productos pese a la crisis económica

Foto: Video de YouTube de Cuadrando la Caja

En un contexto marcado por la escasez persistente de alimentos, la inflación y las dificultades productivas del sector agrícola, un reciente mensaje difundido desde la televisión estatal cubana ha generado un intenso debate público. Durante una emisión del programa oficial Cuadrando la Caja, el economista y comentarista Roberto Caballero quien pertenece al Comité Ejecutivo Nacional de Técnicos Agrícolas y Forestales afirmó que parte de la crisis alimentaria del país estaría relacionada con los hábitos de consumo de la población, a la que instó a replantearse la ingesta de productos como el arroz y la papa.

El planteamiento se presentó como parte del discurso gubernamental sobre la llamada “soberanía alimentaria”, una estrategia que busca reducir la dependencia de importaciones y priorizar cultivos que, según las autoridades, se adapten mejor a las condiciones climáticas y económicas de la isla.


“Uno de los problemas que afecta la producción agrícola es que nos habituamos a comer alimentos que no son propios de nuestro país”, cuestionó el funcionario.

La papa, un cultivo cuestionado por su viabilidad

En su intervención, Caballero señaló que la papa no es un cultivo originario de Cuba y que su producción local enfrenta múltiples obstáculos. Entre ellos mencionó el clima tropical, los suelos poco adecuados, la necesidad de semillas importadas, el uso intensivo de fertilizantes y pesticidas, así como los problemas de almacenamiento que provocan pérdidas significativas tras la cosecha.

De acuerdo con el análisis oficial, estos factores convierten a la papa en un alimento costoso y poco eficiente desde el punto de vista productivo, lo que —según el discurso— justifica la necesidad de reducir su presencia en la dieta nacional y sustituirla por otros productos agrícolas más “compatibles” con la realidad cubana.

El arroz y un hábito profundamente arraigado

Uno de los puntos que mayor controversia generó fue la referencia al consumo de arroz, uno de los pilares históricos de la alimentación en Cuba. Caballero sostuvo que el alto nivel de consumo responde más a hábitos culturales que a una producción sostenible, y llegó a afirmar que se trata de un patrón alimentario que no corresponde a la identidad productiva del país.

“Nosotros no somos asiáticos. Comer arroz no es un hábito cubano. Está en nuestras tradiciones, pero eso se cambia, y ahora es más fácil que nunca introducir ese cambio porque, con la escasez que hay, cualquier cosa que le pongas a la gente en la placita camina”, afirmó Roberto.


El comentario resulta especialmente sensible en una nación donde el arroz forma parte esencial de la canasta básica y de la dieta cotidiana de millones de personas, en muchos casos como acompañante indispensable de cualquier comida. En los últimos años, la producción nacional ha sido insuficiente y el país ha dependido en gran medida de importaciones, afectadas por la falta de divisas y los problemas logísticos.

Cultivos alternativos y la narrativa oficial

Como solución, el discurso oficial propuso fomentar el consumo de productos considerados más autóctonos y resistentes, como la yuca, el boniato, la malanga y el ñame. Según el planteamiento, estos cultivos requieren menos insumos importados, toleran mejor las condiciones climáticas de la isla y podrían contribuir a una mayor autosuficiencia alimentaria si se integran de forma más sistemática tanto en la producción como en el consumo.

Esta visión se alinea con políticas recientes del Gobierno que promueven cambios en los patrones alimentarios, apelando a la adaptación de la población a la disponibilidad real de alimentos, en lugar de garantizar una oferta amplia y estable de productos tradicionales.

Reacciones ciudadanas y críticas al enfoque

Las declaraciones provocaron una ola de reacciones en redes sociales y espacios digitales, donde numerosos usuarios cuestionaron el enfoque del mensaje. Una de las críticas más repetidas es que el discurso parece trasladar la responsabilidad de la crisis alimentaria a los consumidores, cuando la mayoría de la población enfrenta opciones muy limitadas, altos precios y una oferta irregular.

«No puede haber producción de alimentos sin inversión en el campo. Los comunistas tuvieron la genial idea de gastarse el dinero en hoteles, cuando cada año se reciben menos turistas, y no invirtieron en el sector agrícola y energético. No es rentable para el campesino tener vacas porque no puede vender la leche ni la carne a no ser al estado al precio que el estado decida. Las tierras están llenas de marabú, no se controlan las plagas, el caracol africano campa a sus anchas, a los campesinos no se les paga en tiempo lo que entrega a la industria», dijo un usuario.

Para muchos cubanos, el problema no radica en la preferencia por determinados alimentos, sino en la imposibilidad de elegir qué consumir. La escasez, el desabastecimiento y la pérdida del poder adquisitivo han reducido la dieta de amplios sectores a lo que esté disponible en cada momento, más que a decisiones basadas en hábitos culturales o nutricionales.

Problemas estructurales del sector agrícola

Analistas y ciudadanos coinciden en que el debate sobre la dieta no puede separarse de los problemas estructurales del agro cubano. Entre los factores señalados con mayor frecuencia se encuentran la falta de incentivos a los productores, el control estatal sobre la comercialización, la escasez de insumos básicos como combustible, fertilizantes y maquinaria, así como las limitaciones para fijar precios que garanticen rentabilidad.

Desde esta perspectiva, cambiar los hábitos alimentarios sin resolver estas barreras estructurales resulta insuficiente para enfrentar una crisis que se ha profundizado en los últimos años y que afecta directamente la seguridad alimentaria de la población.

Un mensaje en un momento de alta tensión social

El llamado a modificar la dieta llega en un momento especialmente complejo para los cubanos, marcado por apagones prolongados, deterioro del poder adquisitivo y dificultades crecientes para cubrir necesidades básicas. En ese escenario, el discurso oficial ha sido interpretado por muchos como una señal de la gravedad de la situación y de la falta de soluciones inmediatas.

Mientras el Gobierno insiste en la necesidad de ajustar patrones de consumo y producción, el debate público continúa abierto sobre si estas propuestas representan una vía realista para aliviar la escasez o si, por el contrario, reflejan las limitaciones del modelo económico para garantizar el acceso estable y suficiente a alimentos esenciales.


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