El próximo domingo 2 de noviembre de 2025, a las 2:00 de la madrugada, Estados Unidos realizará su tradicional ajuste de relojes para dar inicio al horario de invierno, también conocido como Standard Time. Ese día, millones de personas deberán atrasar una hora sus relojes, ganando así una hora adicional de descanso, aunque a cambio de tardes más cortas y menos horas de luz solar al final del día.
Quiénes cambian y quiénes no
La medida aplica en la mayoría de los estados del país, pero existen excepciones importantes. Hawái, gran parte de Arizona y territorios como Puerto Rico, Guam, Samoa Americana y las Islas Vírgenes mantienen un horario fijo durante todo el año y no participan de este cambio estacional. Estas zonas alegan razones prácticas y climáticas, ya que sus patrones de luz natural no justifican la modificación.
Un ajuste con impacto en la vida diaria
Más allá de lo que supone atrasar el reloj, el cambio trae consigo efectos visibles en la rutina cotidiana. Las mañanas serán más luminosas, lo que favorece a quienes comienzan su jornada temprano. En tanto, el anochecer llegará más rápido, reduciendo la percepción de tiempo disponible por la tarde. Para los trabajadores vespertinos y estudiantes, esto implica regresar a casa en la oscuridad, lo que incrementa preocupaciones de seguridad y movilidad.
Además, expertos en salud advierten que el cambio puede provocar alteraciones en los ciclos de sueño, fatiga temporal, disminución de la concentración y, en algunos casos, afectaciones al estado de ánimo. Incluso se han registrado estudios que asocian las semanas posteriores al ajuste con un aumento en accidentes de tránsito y episodios de ansiedad o depresión.
Consejos para una transición más llevadera
Especialistas recomiendan que la adaptación sea paulatina y consciente. Entre las medidas más efectivas destacan, regular el sueño y la alimentación unos días antes del cambio, exponerse a la luz natural por la mañana, para ayudar al cuerpo a sincronizarse con el nuevo ciclo. Se aconseja evitar dispositivos electrónicos antes de dormir, ya que su luz azul retrasa la conciliación del sueño y reducir cafeína y estimulantes en las horas previas al descanso nocturno.
Estas prácticas, aunque simples, pueden marcar una diferencia en la forma en que las personas enfrentan la transición.
Una práctica con historia y debate abierto
El horario de verano en Estados Unidos se implementó de manera generalizada durante la Primera Guerra Mundial, con el argumento de ahorrar energía. La medida fue retomada en diferentes periodos del siglo XX, hasta que en 2005 el Congreso aprobó la Ley de Política Energética (Energy Policy Act), que estableció las fechas actuales: el cambio al horario de verano en marzo y el regreso al horario de invierno en noviembre.
Sin embargo, en los últimos años ha surgido un debate nacional. Algunos legisladores y expertos en salud han cuestionado la utilidad real de estos ajustes, señalando que los supuestos beneficios energéticos ya no son tan significativos y que los costos en salud y seguridad pueden superar las ventajas. Incluso se han presentado proyectos de ley que buscan eliminar el cambio estacional y mantener un horario fijo todo el año, aunque hasta ahora ninguno ha logrado consenso a nivel federal.
Mirada hacia el futuro
El próximo 2 de noviembre, más de 300 millones de habitantes en Estados Unidos deberán ajustar sus relojes y rutinas una vez más. Aunque para muchos sea un trámite habitual, la discusión sobre la pertinencia de seguir manteniendo este sistema continúa abierta, con defensores que apuestan por conservar la tradición y críticos que exigen una reforma definitiva.
Por ahora, la única certeza es que en noviembre habrá mañanas más claras y tardes más cortas, en un cambio que, aunque rutinario, afecta de manera directa la forma en que los estadounidenses viven, trabajan y descansan.