¿Te atreverías a abrirla?: cubano conserva una botella de Coca-Cola que sobrevivió 75 años sin abrirse

Coca Cola en Cuba. Foto: Video de Facebook de Yóis Cárdenas

En una vivienda del municipio de Fomento, en Sancti Spíritus, se conserva un objeto insólito que ha desatado sorpresa dentro y fuera de Cuba: una botella de Coca-Cola sin abrir desde 1950, preservada con un nivel de integridad que parece desafiar las condiciones del tiempo y las circunstancias del país.

Su dueño, Carlos Manuel Triana Gómez, la adquirió por 25 centavos cuando la presencia de marcas estadounidenses formaba parte del paisaje cotidiano y del consumo popular antes de 1959. Lo que comenzó como una compra común se transformó, sin que nadie lo previera, en una cápsula del tiempo que hoy documenta un mundo borrado por las décadas posteriores.


La botella mantiene su líquido original, su color oscuro, el relieve industrial característico y un tapón metálico sorprendentemente entero a pesar de la humedad tropical. El envase, concebido en la estética de mediados del siglo XX, es ahora un testimonio vivo de una etapa comercial, social y cultural que desapareció abruptamente de la vida de la isla.

El hallazgo se suma a esa cadena de objetos que, contra toda lógica, han logrado escapar al desgaste del tiempo. No es un caso aislado: en 2024 volvieron a circular imágenes de un antiguo anuncio de Coca-Cola que reapareció en una pared de Santa Clara, como si la pintura se negara a desaparecer pese a los repetidos intentos por borrarla.

Estas reapariciones no solo evocan una época pasada, sino que también dialogan con las historias de muchos cubanos en el exilio, quienes ven en la Coca-Cola algo más que una bebida: un símbolo afectivo que los conecta con recuerdos íntimos y con la Cuba que dejaron atrás.

La expulsión de Coca-Cola en Cuba: una historia de censura comercial y política

Tras el triunfo de la revolución en 1959, el nuevo gobierno emprendió un proceso acelerado de nacionalización de empresas extranjeras, entre ellas Coca-Cola, símbolo internacional del capitalismo estadounidense. La compañía, que tenía una sólida presencia en la isla con plantas embotelladoras y una red de distribución consolidada, se vio obligada a cesar operaciones. Sus activos fueron apropiados por el Estado y su presencia pública —desde anuncios luminosos hasta carteles comerciales— fue eliminada del espacio urbano.

La desaparición de Coca-Cola no fue solo un proceso económico, sino también político. El régimen buscaba erradicar símbolos considerados representativos de la influencia estadounidense y del modelo de consumo previo a 1959. La bebida quedó asociada, en el discurso oficial, a una época de “decadencia burguesa”, lo que provocó una censura indirecta pero efectiva: dejó de venderse, de anunciarse y de formar parte de la memoria institucional.


Esa ausencia prolongada convirtió a Coca-Cola en un objeto mítico para generaciones que crecieron sin contacto con marcas globales. La presencia de una botella auténtica de los años 50, completamente llena, se vuelve entonces excepcional no solo por su antigüedad, sino por su condición de reliquia prohibida, un vestigio físico de una Cuba que no aparece en los manuales oficiales ni en los relatos del Estado.

Un objeto que desata nostalgia y reabre preguntas sobre la Cuba anterior a 1959

El hallazgo ha generado reacciones emocionales entre cubanos de varias generaciones. Para quienes vivieron la década del 50, la botella evoca un tiempo de abundancia relativa, competencia comercial y modernidad importada. Para los más jóvenes, representa una imagen casi irreal de un país que tuvo acceso a marcas globales antes de aislarse del mercado internacional. La preservación de un objeto tan simbólico permite reconstruir, aunque sea parcialmente, la vida cotidiana de una etapa silenciada por la narrativa oficial.

¿Cuánto vale una reliquia así? El mercado internacional de coleccionistas

El mundo del coleccionismo de Coca-Cola es uno de los mercados más sólidos y activos en Estados Unidos y Europa. Las botellas antiguas, anuncios metálicos, refrigeradores de época y material publicitario pueden alcanzar precios notables dependiendo de su año, estado de conservación, rareza y procedencia.

En términos generales, una botella vacía de Coca-Cola de los años 50 puede costar entre 25 y 100 dólares en plataformas de subastas populares. Sin embargo, los ejemplares excepcionales —como botellas llenas, perfectamente selladas o procedentes de plantas de embotellado desaparecidas— suelen alcanzar valores mucho más altos.

La botella espirituana entra en esta categoría especial. Su contenido intacto, su estado de conservación y el hecho de provenir de una etapa histórica desaparecida de Cuba podrían elevar su precio entre 300 y 1.000 dólares en subastas internacionales, especialmente en aquellas centradas en memorabilia norteamericana o en colecciones vinculadas a objetos previos a procesos revolucionarios.

En contextos específicos, como ferias de antigüedades temáticas, algunos ejemplares similares han superado estas cifras, pues la singularidad y la historia asociada incrementan el valor percibido.

Lo más interesante es que el factor “Cuba” añade una capa de atractivo adicional. La existencia de una Coca-Cola original previa a la revolución, conservada en un país donde la marca quedó vetada durante décadas, es en sí misma una rareza histórica que podría atraer a coleccionistas interesados tanto en la marca como en el contexto geopolítico.

Un puente entre dos Cubas: la que existió y la que se intentó borrar

Esta botella no es simplemente una curiosidad doméstica. Es la prueba material de una época que dejó de existir no por evolución natural, sino por decreto político. La misma repisa que la protegió durante décadas hoy sostiene un fragmento de identidad que escapa a los archivos estatales, un símbolo que permite recordar cómo vivía y qué consumía la sociedad cubana antes del aislamiento económico.

En un país donde la destrucción material se ha acelerado por la falta de recursos y mantenimiento, que un objeto de 1950 sobreviva íntegro es extraordinario. Pero que ese objeto sea una Coca-Cola —un icono global expulsado de la isla por razones ideológicas— lo convierte en una pieza histórica de primer orden.

Una cápsula del tiempo que resiste al olvido

La botella espirituana es mucho más que un envase. Es una cápsula cultural que condensa la modernidad de los años 50, la censura económica posterior, la nostalgia de varias generaciones y la historia de una Cuba que no figura en las versiones oficiales.

Su existencia demuestra que los objetos cotidianos, incluso aquellos diseñados para ser consumidos y desechados, pueden transformarse en testimonios valiosos cuando sobreviven a las convulsiones políticas y al deterioro del tiempo.


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