
La comunidad cubana en el exilio encontró este fin de semana un nuevo espacio para honrar a sus muertos y recordar las dolorosas travesías por el mar. En una ceremonia solemne, se develaron dos esculturas de bronce frente a la Bahía de Miami, en el Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, más conocido como la Ermita de la Caridad, epicentro espiritual de los cubanos en el sur de la Florida.
Las piezas, obra del escultor canadiense Timothy Schmalz, llevan por título “Ángeles sin saberlo” y “Sé acogedor”. En la primera, un grupo de migrantes se apiña en una embarcación precaria, evocando las balsas improvisadas con las que miles de cubanos se lanzaron al mar durante distintas oleadas migratorias. La segunda escultura representa a un ángel peregrino en reposo, símbolo de hospitalidad y refugio. Ambas obras se inspiran en un pasaje de la Biblia (Hebreos 13:2): “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”.
La Ermita: santuario de fe y de exilio
Ubicada a orillas de la Bahía Vizcaína, la Ermita ha sido durante más de medio siglo lugar de oración y encuentro para los exiliados cubanos. Allí, muchos han encendido velas y rezado por familiares que no lograron sobrevivir al Estrecho de la Florida. Por ello, la colocación de las esculturas en sus jardines tiene un profundo significado: conectar la fe con la memoria colectiva de la diáspora.
El arzobispo de Miami, Thomas Wenski, subrayó en su intervención que las obras de Schmalz son un recordatorio de nuestra interdependencia: “Estamos en el mismo barco. Cada vida perdida en el mar es también una herida para toda la comunidad”.
El drama de los balseros: heridas abiertas
La crisis de los balseros de 1994, que marcó un antes y un después en la historia migratoria de Cuba, es todavía una herida viva en Miami. Según cifras de la Guardia Costera, decenas de miles de cubanos han arriesgado sus vidas en el mar en las últimas décadas, y miles nunca llegaron a destino.
Las esculturas pretenden no solo recordar a los que perecieron, sino también dar voz a quienes sobrevivieron y se integraron a la vida en el sur de Florida, construyendo una comunidad que hoy es parte esencial de la identidad cultural y económica de Miami.
El impulso de la comunidad cubanoamericana
El proyecto fue posible gracias a la Fundación Familiar Miguel B. Fernández, presidida por el empresario y filántropo Michael B. Fernández, quien financió la instalación. Durante la ceremonia, Fernández confesó que se sintió personalmente conmovido por la obra: “Esas personas en ese bote hoy somos realmente nosotros. Cada exiliado cubano puede verse reflejado en esa travesía”.
El gesto de la fundación refuerza el papel de la comunidad cubanoamericana en mantener viva la memoria histórica y en transmitir a las nuevas generaciones el costo humano del exilio.
Arte y memoria como legado
Más allá de su valor estético, las esculturas representan un mensaje universal de solidaridad con los migrantes. En un mundo donde miles siguen emprendiendo viajes desesperados —desde el Caribe hasta el Mediterráneo—, la instalación en la Ermita adquiere una vigencia que trasciende fronteras.
Para Miami, ciudad moldeada por la migración, estas piezas se convierten en un recordatorio permanente de que la fe, la resiliencia y la memoria pueden transformarse en arte.
Con la develación de “Ángeles sin saberlo” y “Sé acogedor”, la Ermita de la Caridad reafirma su condición de altar de la diáspora cubana. Allí se entrelazan la devoción religiosa, la memoria del exilio y la promesa de hospitalidad hacia quienes, aún hoy, arriesgan sus vidas en busca de libertad.
Los balseros cubanos representan uno de los capítulos más dramáticos de la migración en el Caribe. Desde hace más de seis décadas, miles de isleños han desafiado el estrecho de la Florida en embarcaciones improvisadas con la esperanza de llegar a Estados Unidos y escapar de la crisis económica y política en la isla.
El episodio más recordado es la Crisis de los Balseros de 1994, cuando más de 35.000 cubanos se lanzaron al mar en pocas semanas, obligando a Washington y La Habana a negociar acuerdos migratorios. De ese momento surgió la política de “pies secos, pies mojados”, que facilitó la permanencia de los que lograban tocar tierra en EE. UU., aunque fue eliminada en 2017.
Hoy, pese al endurecimiento de las normas migratorias, el fenómeno no ha cesado. La Guardia Costera estadounidense intercepta cada año a miles de cubanos en aguas del estrecho de la Florida. Muchos otros mueren o desaparecen en travesías marcadas por la precariedad de los medios utilizados y los riesgos del mar.