Medicina: Cuba asegura que ha erradicado la Hepatitis B

Vacuna Hepatitis BLas autoridades sanitarias de Cuba aseguran que han eliminado el virus de la Hepatitis B en menores de 15 años gracias a una vacuna que según Cuba protege para toda la vida contra la enfermedad. Desde el año 1992 en Cuba se aplica la vacuna contra la enfermedad y según la prensa oficial toda la población menor de 31 años se encuentra inmunizada. Los casos de Hepatitis B han disminuido de 2194 en el año 1989 a solo 21 en el 2011.


Hepatitis B es un peligroso virus que causa inflamación del hígado que puede llevara producir enfermedades crónicas como insuficiencia hepática aguda, cirrosis y cáncer. En el mundo existen otras vacunas contra el virus de la Hepatitis B pero ninguna que proteja indefinidamente, muchas de las vacunas en el mercado protegen por periodos de 5 a 7 años aunque algunos estudios indican que dependiendo del sistema inmune del individuo podrían llegar a proteger hasta 25 años.


2 Comentarios

  • PorCubasinFidel junio 25, 2012

    Que decir despues de tan explosivo comentario.

    Gracias por compartirlo

  • Alfredo Ballester junio 24, 2012

    LA FIEBRE Y EL PARTIDO COMUNISTA
    Cuando nuestro segundo hijo tenía, aproximadamente, dos o tres meses de nacido, se le presentó una fiebre alta. Lo llevamos a su médico de cabecera y le recetó duralgina. Fui a la farmacia más cercana, la que nos correspondía, y al preguntar si tenían esa medicina me dijeron que sí. Entregué la receta, y al buscar, en no sé qué control, me dijeron que a mi médico se le había agotado su asignación de medicamentos.
    Me quedé perplejo, estaba la medicina, la prescripción facultativa y el dinero. ¿Qué pasaba?
    Me explicaron: a cada médico se le asignaba una cantidad determinada de medicamentos. Una vez recetados estos y agotada su asignación, no se le podía dar a nadie medicinas de otro médico. Es decir, que ¡las habría para algunos futuros enfermos y no para muchos actuales!
    Fui a las oficinas del Partido Comunista del Municipio Cotorro y pedí una entrevista con su Secretario. Quiso atenderme otra persona, pero no lo acepté. Es-taban en una reunión y cuando terminaron vino el jefe. Le expliqué lo ocurrido, llamó a la farmacia y le dijeron lo mismo; por supuesto, lo trataron bien por ser quien era. Llamó al jefe de Salud Pública del Municipio y le dijo que «solo cumplía órdenes superiores de la Provincia». No me pude contener y comencé a decir horrores del mal funcionamiento del Sistema de Salud. Quisieron llamarme a la policía pero inteligentemente dije: «Si nuestro Comandante en Jefe se entera de esto… porque él ha dicho ―el Partido en el centro de los problemas‖». Todo el mundo se quedó callado, porque en Cuba se puede decir cualquier cosa, siempre y cuan-do se defienda a Fidel. Volví a tomar la palabra y eché «flores» por la boca, nuevamente me amenazaron con la policía, porque decían que estaba «hablando mal de la Revolución». Expuse que no, que no estaba hablan-do mal de la Revolución, sino de las cosas malas que le hacen a la Revolución, porque si el Comandante se enteraba de lo que estaba pasando y, más aún con un niño de meses, no quedaba títere con cabeza, y que me iba para la Plaza de la Revolución a informar lo ocurrido en la base.

    Hablaron con alguien en el Policlínico de Santa María del Rosario y del cuerpo de guardia me dieron tres pastillas «para resolver». Tuve que firmar dos papeles. No quise dilatar la situación, porque era mi hijo quien estaba en peligro.
    Al otro día, en la mañana, me mandó a buscar urgentemente el médico de cabecera, Sergito, para preguntarme qué había pasado y qué yo había hecho. Habían dado la orden de entregar a cada familia que tuviera niños menores de dos años, la cantidad de veinte duralginas, con o sin fiebre.
    Entonces, ¿existía o no la medicina? ¿Quién fue el estúpido que dio la orden de aquella distribución?
    Debe haber sido alguien nombrado como el caso para la plaza de enrollador de cabillas, ¡ni idea de lo que tenía que hacer! Así son las cosas de esa Revolución que pretendían que yo defendiera.

    Tomado del libro Memorias de Abecedario pág. 288-289 del autor Alfredo A. Ballester

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