Marrero Cruz apuesta por seguir transformando contenedores en viviendas para apaliar la crisis habitacional

Casas contenedores en Cuba. Foto: Video de YouTube de Canal Caribe

La propuesta del primer ministro Manuel Marrero Cruz de convertir contenedores marítimos en viviendas vuelve a encender el debate sobre la grave crisis habitacional que atraviesa Cuba. Su llamado, dirigido específicamente a las autoridades de Granma, pretende acelerar un programa experimental que busca transformar estructuras de carga en hogares para familias vulnerables. La medida, presentada como “innovadora” por el gobierno, genera profundas dudas técnicas y un creciente rechazo social.

Una estrategia oficial presentada como alternativa rápida y sostenible

Marrero insistió en que la llamada “cargotectura” puede convertirse en una vía rápida, económica y sostenible para compensar la falta de viviendas en la isla. El Ministerio de la Construcción ha liberado más de 1.700 contenedores para este proyecto, aunque el avance ha sido lento debido a la escasez de recursos y al deterioro del sistema constructivo estatal. En el municipio de Jiguaní, en la provincia de Granma, ya se han levantado cinco viviendas piloto con estos contenedores, cada una equipada con sala, cocina-comedor, baño y dos habitaciones.


Según las autoridades, estas unidades están destinadas a familias consideradas prioritarias, como madres con varios hijos, ciudadanos afectados por huracanes recientes o trabajadores de sectores esenciales. El discurso oficial sostiene que, en comparación con los métodos tradicionales, estas viviendas requieren menos cemento, acero y bloques, materiales cada vez más difíciles de obtener debido a la crisis económica que vive el país.

Sin embargo, funcionarios y expertos reconocen que la magnitud del déficit habitacional, que supera el millón de viviendas, hace que el proyecto avance a un ritmo insuficiente para responder a la demanda real.

Un país atrapado entre la necesidad y la improvisación

La crisis habitacional en Cuba se ha profundizado en los últimos años, marcada por derrumbes en ciudades como La Habana, el deterioro del parque inmobiliario y los daños ocasionados por fenómenos naturales como el huracán Melissa. A ello se suma la caída vertiginosa en la producción nacional de materiales, la paralización de obras estatales y la incapacidad del sector privado para suplir las necesidades debido a restricciones y falta de insumos.

En este escenario, el gobierno recurre a soluciones emergentes que buscan aliviar la presión social, aunque no necesariamente responden a una estrategia estructural de largo plazo.

Cuestionamientos técnicos sobre el uso de contenedores como viviendas

La propuesta enfrenta fuertes críticas de arquitectos, ingenieros y urbanistas, quienes advierten que los contenedores marítimos no son, por su naturaleza, espacios aptos para el uso residencial permanente. Estas estructuras fueron diseñadas para transportar carga y requieren modificaciones profundas para ofrecer condiciones de habitabilidad dignas.


Los especialistas señalan que sin un aislamiento térmico adecuado, un contenedor puede alcanzar temperaturas extremas bajo el clima tropical de Cuba. También alertan sobre problemas de condensación, humedad y deterioro acelerado del metal, así como sobre la necesidad de reforzar la estructura para garantizar seguridad ante huracanes, algo que demanda recursos técnicos y económicos que el país no posee en este momento.

El diario Ahora, en Holguín, presentó estas estructuras metálicas como “viviendas seguras, resistentes y dignas”. Pero aquella descripción, lejos de generar entusiasmo, encendió un torrente de críticas en redes y comunidades. Madres inquietas denunciaron que vivir dentro de un contenedor equivale a “cocinar viva a una persona” bajo el sol cubano, mientras ingenieros y técnicos alertaron que, sin un adecuado aislamiento ni un sistema de anclaje sólido, esas cajas de metal no serían más que “hornos solares”, frágiles ante huracanes, lluvias intensas y penetraciones del mar.

La indignación creció cuando muchos usuarios recordaron que, en otros países, la arquitectura con contenedores solo es viable porque se somete a estrictos estándares de climatización, ventilación y protección estructural. Normas indispensables que, en el caso cubano, no fueron siquiera mencionadas, alimentando aún más la percepción de improvisación y riesgo.

Las experiencias internacionales demuestran que los contenedores pueden adaptarse como viviendas solo cuando se aplican rigurosos estándares de climatización, ventilación, durabilidad y seguridad. En Cuba, estas regulaciones no existen o no pueden cumplirse debido a la escasez material.

Rechazo social y testimonios que revelan una profunda precariedad

La reacción popular ha sido mayoritariamente negativa. En redes sociales, varias madres beneficiadas con proyectos piloto denunciaron que el calor dentro de los contenedores es “insufrible” y que resulta “imposible vivir” en esas condiciones. Otros ciudadanos consideran que la medida evidencia una falta de alternativas reales y la precarización creciente de la vida en la isla.

La percepción de que el gobierno intenta presentar una solución transitoria como definitiva alimenta el descontento y refuerza la idea de que el Estado ya no tiene capacidad para enfrentar problemas de fondo.

Historia y evolución de la política de vivienda en Cuba

La política de vivienda en Cuba ha atravesado múltiples etapas marcadas por enfoques centralizados, carencias materiales y reformas parciales que nunca lograron revertir el deterioro estructural del fondo habitacional.

Tras 1959, el Estado asumió el control absoluto de la construcción y distribución de viviendas, eliminó el mercado inmobiliario privado y declaró la vivienda como un derecho garantizado por el gobierno. Durante los años 60 y 70, se impulsaron grandes planes de microbrigadas y urbanizaciones prefabricadas, muchas de ellas inspiradas en modelos soviéticos. Aunque estas iniciativas permitieron construir decenas de miles de apartamentos, la calidad de los materiales y la falta de mantenimiento con el paso del tiempo generaron un deterioro acelerado.

En los años 80, el país experimentó un breve repunte constructivo con la introducción de nuevas tecnologías prefabricadas, pero el colapso del bloque socialista en 1991 provocó una caída abrupta en la producción de viviendas. Durante el “Periodo Especial”, la construcción prácticamente se paralizó, y el déficit comenzó a crecer a un ritmo imposible de revertir.

A partir de los 2000, el gobierno intentó reanimar el sector mediante el otorgamiento de créditos, la entrega de subsidios para autoconstrucción y la rehabilitación de barrios vulnerables. Las reformas del 2011 permitieron comprar y vender casas nuevamente, pero no se acompañaron de un aumento en la construcción. Aunque se anunciaron planes para producir entre 30.000 y 40.000 viviendas anuales, nunca se cumplieron de forma sostenida.

En la última década, la combinación de crisis económica, huracanes devastadores, falta de inversión y caída productiva llevó al país al punto actual: un déficit superior al millón de viviendas, miles de estructuras en riesgo de derrumbe y un sistema constructivo incapaz de garantizar soluciones estables. En este contexto, la idea de convertir contenedores en casas aparece como un intento de respuesta rápida ante un problema que se ha vuelto crónico y desbordado.

Entre la urgencia y la falta de un plan de fondo

La propuesta de Marrero de impulsar viviendas hechas con contenedores evidencia la desesperación del gobierno ante una crisis que se agrava cada año. Aunque la iniciativa busca dar una respuesta rápida a familias vulnerables, las dudas técnicas, el rechazo social y la falta de un enfoque estratégico de largo plazo ponen en entredicho su viabilidad. Para muchos cubanos, la medida simboliza la brecha creciente entre la narrativa oficial y la realidad cotidiana, marcada por el deterioro, la escasez y la incertidumbre.


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