Carta del arzobispo de Camagüey tras el paso del huracán Irma

Queridos todos:


¡Gracias por su constante preocupación ante el paso del huracán Irma por Cuba, su Iglesia y todos nosotros!

Hoy domingo puedo sentarme a contestar sus correos (de forma colectiva, me perdonan) porque no teníamos corriente. O mejor, no tenemos corriente. La suerte es que se pudo echar a andar la planta del Arzobispado, que estaba rota.

Ahora me han dicho que puede funcionar hasta las 6 de la tarde. Son todavía las 2 y 30, así que tengo tiempo.

Yo estoy acabando de llegar del recorrido por el municipio de Esmeralda. Pero dejaré este tema para el final.

El jueves por la mañana, luego de haber conversado con los sacerdotes de la diócesis y los empleados del Arzobispado y de tener su comprensión o aprobación, salí para Guantánamo. Según se informaba, el huracán Irma entraría por allí y yo pensé que era importante que sintieran la presencia de un obispo entre ellos (porque aún no se ha nombrado al nuevo obispo). Yo me sentía como la madre (o mejor, el padre) de muchos hijos pero que uno de ellos está enfermo en otra provincia. Y nadie vería mal que esa madre (o padre) dejara a los otros hijos seguros y se fuera a auxiliar al hijo enfermo…


Ese mismo día, almorcé en el obispado de Guantánamo, saludé a los PP. Heidel y Jean así como a los empleados del Obispado, visité al P. Luis y a las Hermanas de San Antonio del Sur, también al P. Mario y las Hermanas de Imías, a los PP. Matteo y José y a las Hijas de la Caridad de Baracoa y, finalmente, llegué a la Punta de Maisí.

El viento no era grande pero tampoco normal. Llovía pero no tan fuerte. Regresé al pueblo de Sabana, donde el P. Alberto me esperaba. Comimos, conversamos hasta que el sueño nos venció.

Esa noche comenzaron los vientos y los fuertes aguaceros. Me llamaba la atención cómo las fuertes ráfagas arrancan con cierta facilidad las hojas verdes de las matas de palma.

Amanecimos sin lluvia el día 8 de septiembre. Por supuesto que nuestros pensamientos iban hacia nuestra Patrona, la Virgen de la Caridad.

Poco tiempo después comenzó el aguacero fuerte y los vientos por dos o tres horas. Celebramos la misa en la mesa de comer. El P. Alberto puso un mantel blanco y allí tuvimos una linda eucaristía. Imposible que la gente pudiera venir a la iglesia. Decidí volver a la Punta de Maisí porque tenía la percepción de que ya Irma se alejaba de nosotros.

Ya de regreso, me despedí del P. Alberto y volví a recorrer las comunidades mencionadas antes, pero ahora incluyendo al Jamal, atendida por el P. Efrén. Afortunadamente, todos estaban bien y no se veía mucho daño, salvo en la zona de Yumurí, donde desemboca al mar el río del mismo nombre. Desde la carretera se veían varias casas afectadas.

Como datos curiosos de Maisí, menciono cómo en muchas casas la gente quitó los techos (de zinc o de fibrocemento) antes de que llegara Irma. Y después que pasó el peligro, los volvieron a colocar. Así hicieron los fieles de la capilla de La Yagruma. No quisieron pasar por la misma experiencia que vivieron con Matthew. Como estábamos en la novena de La Caridad, me propuse ayudar a todos los más posibles con mi carro. Bajo lluvia recogía a personas que «iban para la cueva a refugiarse», a otro que me dijo que era «de la zona de defensa», a niños a quienes trataba de hacer reír, etc.

Viendo que el tiempo había mejorado y que Camagüey estaba amenazado, decidí ir tras Irma. No llovía y casi no había tránsito en la carretera. Desde Baracoa a Guantánamo (150 kilómetros) solo me crucé con 3 carros. Desde Guantánamo a Camagüey pude llegar bastante rápido porque no había casi tránsito (reconozco que todo parece indicar que el único loco que andaba por la carretera era… el Arzobispo de Camagüey). Que no hubiera carros me ayudaba a manejar porque iba porque muchas veces podía ir por el medio de la carretera. Además podía esquivar mejor los árboles que habían caído o estaban cayendo sobre la carretera. Además las ráfagas de lluvia fuerte eran intensas. Fue algo imprudente de mi parte pero me confié en que como no llovía ya en Guantánamo, así estaría en Camagüey. Por lo que pienso que yo no iba detrás de Irma sino junto con ella. Seguí recogiendo a otros «locos» que hacían señas para que los llevara. En todos había la misma preocupación: «voy a buscar a la vieja», «tuve que ir a guardar el ganado», «ahora fue que salí de trabajar»…

A Camagüey llegué sobre las 9 y media de la noche. Todo a oscuras, árboles en el suelo, etc. Durante el viaje había podido llamar por el celular a los sacerdotes de Nuevitas y Esmeralda que eran los municipios que podían ser más afectados. Les pedí que me llamaran cada dos horas. Y así estaba más informado.

En una de esas conversaciones, el P. Iván (Nuevitas) me repitió dos veces la palabra «durísimo» para decirme lo que estaba viviendo o sintiendo en esos momentos: unas ráfagas de aire muy fuertes.

Traté de dormir un poco y salimos (ahora con Manolito, el chofer) para Nuevitas, que no nos dio a ambos la impresión de muchas afectaciones. En la Iglesia sólo unas tejas francesas removidas en el techo y dos o tres cristales rotos en los arcos sobre las puertas de entrada.

Ciertamente, yo pasé en Nuevitas mis primeros cinco años de cura, y ahora noto que unas cuantas casas que conocí de madera, ahora son de mampostería y techo de placa, que resisten bien los huracanes.

Hoy domingo, como les decía al principio, fue el viaje a Esmeralda. Ya antes había oído por la Radio Provincial que era el municipio más afectado. Y por lo que vi, así lo creo. Mucha destrucción en el propio Esmeralda, pero también en el batey del central Brasil (Jaronú), donde se dañó la iglesia recién restaurada. Mucho daño igualmente en Jiquí, donde la capilla colapsó. «Parece que explotó», me había dicho «muy expresivamente» el P. Yosbel, que es quien la atiende. Luego llegamos a Esmeralda y celebramos la Misa con los pocos que pudieron asistir. También allí vimos unas cuantas casas afectadas: derrumbes totales o parciales, sin techo, etc. Algunas personas se veían aún asustadas. De hecho vi a una señora de la comunidad llorando abrazada al diácono Alberto (que será ordenado sacerdote en breve) y que también humedeció sus ojos. Pensé que había sufrido algo en particular, pero me explicaron que no, que sólo mantenía aún el susto que pasó esa noche. ¡Qué noche más larga! era, según me cuentan, la expresión que más se oía entre la gente.

Como algo lindo dentro de todo lo malo, les comparto que, al llegar a Jiquí, era doloroso ver toda nuestra iglesia en el suelo, con los bancos aplastados y las imágenes destruidas. Pero allí estaban, bajo una lluvia ligera, Ismaela y Alberto, un matrimonio de la comunidad. Fue ella la primera que nos vio y nos gritó: «Monseñor, se cayó la capilla, pero no la Iglesia». Les comparto que cuando se conoce gente así, uno se siente poca cosa. Me recordaba el episodio de cuando el Matthew en Maisí que viendo yo como había quedado un malangal de destruido me quejaba del destrozo cuando una mujer que había recogido en el carro, optimista, me dijo: «Usted verá qué lindas malangas van a salir de allí». O aquel hombre que, teniendo a su espalda su casa en el suelo (con refrigerador y televisor) me dijo: «Obispo, no importa, lo material se arregla, lo que importa es que todos estamos vivos».

¡Cómo no enamorarse de nuestra Iglesia cubana cuando hablas por teléfono con el P. Bladimir, de Santa Cruz del Sur, para preguntarle si el mar estaba penetrando en el pueblo, y éste, además de decirte que no hay grandes penetraciones del mar, te dice que en ese momento están saliendo para Jiquí, con un almuerzo que han preparado para 150 personas de un arroz con pescado y que llevan otras cosas más, como clavos, para ayudar a los necesitados que aparezcan.

No pudimos tener las Procesiones de la Virgen de la Caridad, pero ahora, como en otras ocasiones, nuestro buen Dios nos está invitando a hacer «procesiones de amor» como las que les acabo de contar. Estoy seguro que, mañana lunes, cuando los sacerdotes vengan al Obispado, inventarán nuevas «procesiones» de este tipo…

El martes teníamos programado un día de Retiro para el Clero y, por la tarde, la Misa de inauguración del curso del Seminario San Agustín de Camagüey. Pero lo hemos dejado todo para el martes de la otra semana.

Sé que hay otros lugares muy dañados en Holguín, Ciego de Ávila y Santa Clara. No sé de Matanzas.

Gracias por su cariño y sus oraciones,

Rezamos unos por otros,

+Mons. Willy

UN PRIMER RESUMEN DE LAS AFECTACIONES EN IGLESIAS DE NUESTRA DIÓCESIS:

-Iglesia de Nuevitas: Tejas de barro corridas en el techo principal. Cristales rotos.

-Iglesia de Donato: Tejas caídas por la parte del caballete.

-Iglesia de Jiquí: Derrumbe total de la iglesia.

-Iglesia del Central Brasil (Jaronú): Perdida de la gran puerta del frente, tres ventanas del costado derecho destruidas, falta la mitad de las techas de barro del techo, desapareció el vitral de la entrada.

-Iglesia de Palma City: Pérdida casi total de las tejas de zinc del techo, pero fueron recuperadas.

-Iglesia de Tabor: A pesar de que lleva tiempo en peligro de derrumbe, se mantuvo en pie.

-Iglesia de Lombillo: Parcialmente destruida.

Como podrán ver, creo que varias de esas iglesias podrán arreglarse con esfuerzo propio. No así la situación más urgente que son las de las iglesias de Jiquí y Brasil


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *