¿Empresario en Cuba o cómplice del régimen? El discurso cómodo del actor cubano Alejandro Cuervo en Miami

Alejandro Cuervo, conocido actor de la televisión cubana, ha generado una intensa controversia tras su reciente presencia en Miami, donde ha ofrecido declaraciones que, lejos de condenar al régimen cubano, lo eluden con una calculada ambigüedad.

Cuervo quien ofreció una entrevista a Destino Tolk se presenta como alguien que “no es político, sino artista”, y asegura que en Cuba “se puede salir adelante” incluso bajo las condiciones actuales. Según él, el país está abierto a hacer negocios gracias a las nuevas mipymes, y afirma haber sido exitoso al montar una charcutería y una juguetería en La Habana. Mientras muchos cubanos huyen del colapso económico y político, él defiende su decisión de emprender dentro del sistema dictatorial de la isla.


“Sí se puede echar para adelante en Cuba… muy difícil, pero se puede”, afirma. También insiste en que en su barrio “al lado de mi casa, se hacen negocios”. Aunque reconoce la corrupción de inspectores y la presión del entorno, Cuervo sostiene que la oportunidad está ahí para quien quiera trabajarla.

El polémico actor aseguró en la entrevista que los cubanos podrían salir adelante con disciplina y ganas de emprender y para demostrarlo puso el ejemplo de un amigo que tenía 10 mil dólares para emprender. Cuervo sin embargo dejó fuera de su análisis al 99% de los cubanos que no tienen acceso a esa cantidad de dólares y en muchos casos ni siquiera tienen la manera de conseguir 1 solo dólar.

¿Tú estás diciendo que cualquiera en Cuba con 10 mil dólares puede replicar tu historia? ¿No crees que eso es un privilegio rarísimo, y que estás hablando desde una posición que casi nadie tiene?

En Cuba no cualquiera tiene acceso a 10 mil dólares, ni a socios en el exterior, ni a permisos, ni a un entorno “tolerante” con su emprendimiento. La mayoría de los cubanos no solo carece de capital, sino también de seguridad jurídica, insumos, electricidad constante o conexiones políticas para sobrevivir al acoso estatal. El emprendedor promedio en la isla enfrenta inflación, sobornos, amenazas y clausuras arbitrarias.

Cuervo evita profundizar en esto. Prefiere resaltar lo posible, pero calla lo estructural. Y ese silencio no es inocente. Refuerza la narrativa de que “el problema no es el sistema, sino el que no trabaja”, lo que encaja perfectamente con el discurso oficial.


Pero lo que más ha molestado a muchos exiliados cubanos no es su optimismo económico, sino su silencio político. Cuervo evita cuidadosamente llamar “dictadura” al régimen que lleva más de 60 años en el poder. Dice saber “lo que puede y no puede decir” en Cuba, pero cuando pisa suelo estadounidense, donde el miedo a la censura no existe, tampoco se pronuncia.

“No tengo que decir consignas para complacer a nadie”, dijo en un video que circula en redes sociales. “Me piden a mí lo que ellos no tuvieron el valor de hacer en Cuba”, agregó, en aparente referencia a quienes le exigen una postura clara en el exilio. Su argumento: no está obligado a hablar sobre política, y nadie debe importarle qué decir. Sinembargo en el mismo video admite su complicidad con el regimen al asegurar que en Cuba sabe lo que debe no no decir para no meterse en problemas.

Este enfoque ha provocado fuertes reacciones entre miembros del exilio, quienes ven en Cuervo a otro rostro público beneficiándose del sistema cubano sin denunciar sus abusos, y luego refugiándose en Estados Unidos sin asumir responsabilidades morales.

“¿Cómo es posible que entren artistas del régimen mientras deportan a madres y padres con niños?”, comentaba indignada una usuaria en redes sociales. Otros exiliados lo acusan de ser parte de un “blanqueo cultural” del castrismo, que intenta suavizar su imagen mientras sigue reprimiendo a los cubanos dentro de la isla.

En un momento histórico donde decenas de miles de cubanos han arriesgado sus vidas para escapar del país, la tibieza de Alejandro Cuervo —a medio camino entre el negocio y el silencio— se percibe no como prudencia, sino como cómplice indiferencia. Y su presencia en Miami, un símbolo de la libertad que tantos han perdido, despierta una pregunta incómoda: ¿merece este silencio el mismo respeto que el exilio que sí alzó la voz?


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