
Cuba atraviesa uno de los episodios más críticos de su crisis energética contemporánea. El déficit eléctrico —que ya supera los 1.800 megavatios— no solo refleja un problema puntual, sino el colapso de un sistema que opera, según expertos, en “modo emergencia permanente” desde hace varios años. La demanda nacional real, que rebasa los 3.200 MW en horarios pico, no puede ser atendida ni con la mitad de capacidad disponible.
Este desbalance es resultado de una combinación de factores: la disminución progresiva de la generación térmica, la incapacidad técnica de las plantas envejecidas, los retrasos en el mantenimiento preventivo, la insuficiencia de combustible importado y la dependencia de acuerdos externos que ya no garantizan estabilidad, como ocurría una década atrás con el petróleo subsidiado de Venezuela.
Incluso cuando la UNE anuncia incrementos parciales de capacidad —como el retorno de unidades que aportan entre 60 y 120 MW— el efecto práctico es nulo frente a la magnitud del déficit. La red no puede estabilizarse. De hecho, los apagones se han vuelto tan frecuentes que muchos cubanos ya no los consideran una interrupción, sino una parte obligada de su rutina diaria.
Al amanecer de este jueves, el panorama del Sistema Eléctrico Nacional (SEN) dejaba clara la magnitud del colapso: apenas se contaban unos 1,250 MW disponibles, muy por debajo de los 2,400 MW que exigía el país a esa hora. Esa diferencia, superior a los 1,100 MW, marcó desde temprano un escenario de carencias que se extendió por toda la jornada.
Termoeléctricas averiadas, sin repuestos y al borde de la obsolescencia total
El corazón del sistema energético cubano —sus termoeléctricas— está fallando de manera simultánea y sistemática. La mayoría de estas unidades fueron construidas entre los años 1960 y 1980 con tecnología soviética, alemana o checa que ya no cuenta con producción de repuestos ni soporte técnico internacional.
Las plantas eléctricas de Mariel, Santa Cruz, Cienfuegos, Nuevitas, Felton y Renté han presentado averías recurrentes que demandan meses de reparación. En ocasiones, las piezas deben ser fabricadas artesanalmente dentro del país, un proceso lento e ineficiente que no garantiza calidad.
El deterioro es tan avanzado que las unidades operan al límite de su capacidad diseñada, lo que incrementa el riesgo de colapsos súbitos. Ingenieros consultados en años anteriores han alertado que varias termoeléctricas están en situación “irreversible”, es decir, su rehabilitación completa ya no es viable sin una inversión multimillonaria que Cuba no puede asumir.
Aun contando con la reincorporación de la unidad 8 de Mariel, que aportaría 65 MW, y con el esperado retorno de la unidad 1 de Felton, con otros 125 MW, el panorama no mejora demasiado. En el mejor de los casos, la capacidad disponible solo llegaría a unos 1,440 MW, muy lejos de los aproximadamente 3,200 MW que se calcula demandará el país.
A esto se suma la falta crónica de combustible. La generación térmica depende de fuel oil y diésel que el país importa, mayormente desde Venezuela y Rusia. Pero los envíos han sido irregulares, muchas unidades deben operar con reservas mínimas o incluso detenerse por completo durante días.
Por otra parte, la generación distribuida, diseñada para complementar la red mediante motores diésel, también está colapsando. Más de 700 MW están fuera de servicio por falta de lubricantes, piezas de recambio o combustible. Esta red, que en un inicio fue presentada como solución para diversificar la matriz energética, hoy es uno de los elementos más frágiles y costosos de mantener.
El aporte de los parques solares crece, pero es insuficiente para sostener el país
El gobierno cubano ha promovido la incorporación de 33 parques solares fotovoltaicos los cuales aportan 1.502 MWh, la mayor expansión de energía renovable en la isla en décadas. Sin embargo, estos proyectos se enfrentan a limitaciones estructurales.
Primero, su aporte total sigue siendo marginal frente a la pérdida permanente de miles de megavatios térmicos. Incluso si todos los parques solares estuvieran en óptimo funcionamiento, solo cubrirían un pequeño porcentaje del consumo.
Segundo, la energía solar no puede almacenarse a gran escala debido a la falta de baterías industriales. En Cuba, la mayor parte del consumo eléctrico ocurre en la noche, cuando los paneles solares no producen energía. Esto obliga al sistema a seguir dependiendo casi exclusivamente del petróleo, a pesar de la narrativa de transición hacia fuentes limpias.
Además, varios de estos parques enfrentan problemas de mantenimiento, vandalismo o fallas de componentes que no pueden reemplazarse rápidamente debido a los altos costos y las sanciones financieras que complican las transacciones internacionales.
Los resultados son evidentes: aunque la capacidad solar instalada crece, el país continúa atrapado en un ciclo de apagones que las renovables actuales no tienen capacidad de resolver.
La crisis llega a La Habana: apagones de más de 20 horas en la capital “priorizada”
La capital cubana ha sido históricamente protegida de los apagones más severos debido a su importancia política, económica y simbólica para el país. Sin embargo, la magnitud del déficit eléctrico ya ni siquiera permite sostener ese privilegio.
En barrios de Plaza, Centro Habana y Arroyo Naranjo, residentes reportaron apagones de hasta 22 horas continuas, algo extremadamente inusual en la capital. Hospitales, policlínicos y centros estatales han tenido que trasladar servicios u operar con plantas eléctricas de emergencia, muchas de las cuales también presentan fallas recurrentes.
Si en La Habana los apagones son intensos, en provincias como Holguín, Camagüey, Granma y Santiago de Cuba la situación es aún más crítica. Algunos reportes ciudadanos señalan ciclos de apagón de 16 horas diarias, con apenas breves ventanas de servicio.
La creciente frustración en la capital es particularmente significativa porque allí se concentra el mayor número de instituciones gubernamentales, universidades, embajadas y prensa internacional. La crisis energética empieza a sentirse también en lugares donde el Estado intenta mantener una imagen de estabilidad.
El impacto cotidiano: alimentos perdidos, agua intermitente, servicios paralizados
La vida diaria de los cubanos está profundamente afectada. Los apagones prolongados interrumpen el bombeo de agua en edificios altos, deterioran los alimentos refrigerados y complican la cocción, especialmente para familias sin gas o sin combustible para cocinar.
Las altas temperaturas —que en muchas zonas superan los 30 grados incluso de noche— hacen que las viviendas se tornen insoportables sin ventiladores o aire acondicionado. Los mosquitos proliferan en la oscuridad, afectando especialmente a niños y ancianos.
La actividad económica privada también se resiente. Talleres, peluquerías, cafeterías, panaderías, imprentas y tiendas dependen de generadores que consumen grandes cantidades de combustible, un recurso que está escaso y caro. La pérdida de productos refrigerados representa pérdidas económicas que muchos emprendedores no pueden recuperar.
En zonas rurales, donde la infraestructura es más frágil, la falta de electricidad afecta la conservación de medicamentos, el almacenamiento de leche y alimentos, y la conexión con servicios telefónicos y de internet.
El malestar social crece: protestas, cacerolazos y un clima de tensión
La repetición constante de apagones extensos ha provocado un aumento notable del malestar social. En provincias como Santiago, Holguín y Matanzas se han registrado cacerolazos nocturnos y protestas espontáneas, algunas de ellas transmitidas en tiempo real por ciudadanos a través de redes sociales.
El gobierno ha respondido con presencia policial en algunos barrios para evitar concentraciones de personas. Aun así, el descontento crece. Las comparaciones con el 11 de julio de 2021, cuando miles de personas protestaron en todo el país, son inevitables.
Para muchos, la crisis eléctrica es solo uno de los síntomas del deterioro general del país: falta de alimentos, inflación, escasez de medicamentos y deterioro del transporte. Los apagones funcionan como un detonante emocional porque afectan de manera directa, diaria y visible.
Causas estructurales: un colapso anunciado durante décadas
El deterioro del sistema eléctrico cubano no es un fenómeno reciente. Desde el “Periodo Especial” en la década de 1990, expertos han advertido sobre la necesidad de modernizar la red y diversificar la matriz energética. Sin embargo, las inversiones necesarias —multimillonarias y de largo plazo— nunca se realizaron.
Durante años, el gobierno dependió de petróleo subsidiado venezolano, lo que aplazó decisiones urgentes. Cuando esos envíos cayeron, la infraestructura cubana ya estaba demasiado deteriorada. El país no contaba con reservas financieras ni con alianzas estratégicas que permitieran un rescate tecnológico a tiempo.
Diversos ingenieros han señalado que la UNE opera con criterios de emergencia continua, intentando reparar equipos obsoletos sin los recursos necesarios. La falta de transparencia en contratos energéticos —como los generadores flotantes turcos— también limita la capacidad de planificación a largo plazo.
Todo ello ha creado una tormenta perfecta: un sistema viejo, caro, ineficiente y extremadamente vulnerable.
Consecuencias económicas y políticas: un país atrapado en su propia fragilidad
En el plano económico, los apagones frenan la producción industrial, afectan la agricultura y generan pérdidas en el comercio y el turismo. La percepción internacional del país como destino turístico fiable se deteriora cada vez que hoteles o aeropuertos deben recurrir a soluciones emergentes ante interrupciones eléctricas.
En el plano político, la crisis energética erosiona la legitimidad del gobierno. Las explicaciones oficiales, centradas en las sanciones externas, ya no convencen a una población que vive a diario las consecuencias de décadas de mala gestión interna.
Los apagones se han convertido en un símbolo poderoso del desgaste del modelo económico, y su persistencia apunta a un problema mucho más profundo: la falta de capacidad del Estado para sostener servicios esenciales.
¿Hacia dónde va Cuba? Un futuro energético incierto
No hay soluciones rápidas. La rehabilitación de una termoeléctrica puede tardar meses y costar decenas de millones de dólares. La construcción de nuevas plantas requiere años y una inversión que Cuba no puede asumir sin financiamiento externo.
Las energías renovables son necesarias, pero en su estado actual no pueden reemplazar la generación térmica. Tampoco existe una política clara de eficiencia energética ni incentivos para la reducción del consumo industrial.
El futuro inmediato apunta a más apagones, más malestar social y mayor presión sobre un gobierno que no logra ofrecer un horizonte energético confiable.





