
Según dijeron a Cubanet varios vecinos que prefirieron no revelar sus nombres, Osmany era un buen muchacho; pero demasiado loco a las motos. Cuentan que pasaba sus días en la piquera de los motoristas. Sin tener licencia para conducir o arrendar los vehículos, aceptaba trasladar pasajeros y al regreso depositaba completo el importe cobrado en manos del dueño. Lo hacía solo por el goce de la velocidad; un placer que frecuentemente lo llevaba hasta las carreras clandestinas de Managua.





