Sin combustible ni inversión: el sistema eléctrico cubano genera apenas el 25% de su capacidad

El sistema eléctrico cubano atraviesa una de las peores crisis de su historia moderna. Según un reciente informe técnico, las termoeléctricas del país apenas operan al 25 % de su capacidad instalada, una cifra que refleja el grave deterioro de la infraestructura energética nacional.

De las siete plantas termoeléctricas que integran el sistema, tres se encuentran fuera de servicio entre ellas la Antonio Guiteras considerada la más importante de la isla y las cuatro restantes solo aportan unos 689 megavatios (MW) frente a los 2.613 MW que podrían generar si funcionaran plenamente. En un país donde la electricidad sostiene desde el bombeo de agua hasta la producción alimentaria, la situación se traduce en un déficit estructural de energía que ya impacta todos los sectores de la vida cotidiana.


Causas estructurales: décadas sin inversión y plantas envejecidas

La raíz del problema se encuentra en la obsolescencia tecnológica y la falta de mantenimiento sistemático de las centrales térmicas, la mayoría construidas entre las décadas de 1960 y 1970. Durante años, Cuba ha dependido casi exclusivamente de estas plantas para generar electricidad, sin desarrollar una infraestructura alternativa sólida ni programas de modernización sostenidos.

A esto se suma la escasez crónica de combustible, especialmente petróleo y fuel oil, así como la falta de repuestos y lubricantes, que han limitado la capacidad de respuesta ante averías frecuentes. Los técnicos reconocen que algunas unidades operan con equipos improvisados, con sistemas de refrigeración o calderas reparadas de forma artesanal, lo que eleva el riesgo de fallos mayores.

El caso más crítico es el de la Central Termoeléctrica Antonio Guiteras, en Matanzas que recientemente salió de servicio y dejó de aportar 250 MW al Sistema Eléctrico Nacional (SEN). Su paralización se suma a la de otros complejos que llevan meses sin funcionar, como las plantas de Nuevitas, Renté y Felton.

En el caso de la Central Termoeléctrica de Felton, una de las más importantes del país, que apenas logra mantenerse operativa con un solo bloque en funcionamiento. Esta situación limita su aporte al sistema nacional a unos 180 megavatios, lejos de los 510 MW que podía generar cuando fue puesta en marcha en su plena capacidad.

Déficit nacional: más demanda que oferta

Los reportes del SEN indican que la demanda eléctrica nacional ronda los 2.660 MW, mientras la generación disponible apenas llega a 1.600 MW, lo que provoca un déficit superior a los 1.000 MW diarios. En horarios pico —como las noches o los fines de semana—, la brecha puede alcanzar 1.520 MW, provocando apagones generalizados de más de 10 horas en varias provincias.


Esta diferencia entre la demanda y la oferta se ha vuelto insostenible: hospitales, fábricas, escuelas y hogares dependen de una red eléctrica en colapso, con plantas que funcionan parcialmente y con grupos electrógenos sobreexplotados. En provincias como Holguín, Santiago de Cuba y Camagüey, los apagones se extienden incluso por más de 14 horas consecutivas, obligando a muchos ciudadanos a recurrir a velas, plantas diésel y cocinas de carbón.

Consecuencias sociales y económicas

El impacto del deterioro eléctrico es profundo. Los apagones prolongados afectan la refrigeración de alimentos, el transporte público, la atención hospitalaria y la industria ligera. Comercios y pequeñas empresas estatales y privadas sufren pérdidas millonarias por mercancía dañada o por la imposibilidad de operar en horarios extendidos.

A nivel doméstico, la frustración social se ha convertido en una constante. Familias enteras pasan las noches sin electricidad ni ventilación, en un clima tropical cada vez más caluroso, mientras los alimentos se echan a perder y el acceso al agua se interrumpe.

Los apagones han sido, además, detonantes de manifestaciones populares. Desde el estallido social de julio de 2021, múltiples protestas se han registrado en distintos puntos del país cada vez que las interrupciones se vuelven insoportables. En septiembre de 2025, nuevas marchas y cacerolazos se reportaron en La Habana y Gibara (Holguín), donde los vecinos gritaron consignas como “Queremos luz” y “Basta de apagones”.

Estas protestas reflejan el desgaste social acumulado tras años de promesas incumplidas y una gestión que no ha logrado revertir el colapso energético.

Un costo inalcanzable: la modernización que Cuba no puede pagar

De acuerdo con estimaciones de economistas independientes, modernizar el sistema eléctrico cubano requeriría entre 8.000 y 10.000 millones de dólares, una inversión imposible para un país que atraviesa una de las peores crisis económicas en tres décadas.

El Producto Interno Bruto (PIB) de la isla cayó un 1,1 % en 2024, y acumula una contracción de más del 11 % en los últimos cinco años. La falta de divisas, el endeudamiento externo y la pérdida de apoyo financiero de países aliados como Venezuela limitan la capacidad de Cuba para importar tecnología, combustible o componentes industriales esenciales.

Mientras tanto, los intentos de diversificar la matriz energética —con proyectos solares, eólicos o de biomasa— avanzan lentamente y apenas representan menos del 5 % de la generación total, muy por debajo de los estándares regionales.

El futuro energético: promesas oficiales y realidades inmutables

Las autoridades cubanas han prometido en repetidas ocasiones reparaciones parciales y “esfuerzos conjuntos” para restablecer la generación eléctrica. Sin embargo, los cronogramas de mantenimiento no se cumplen y las fallas se repiten cíclicamente.

Cada parada programada en una termoeléctrica suele coincidir con largos períodos sin servicio eléctrico, y la reincorporación de las unidades es temporal: al poco tiempo, vuelven a salir de operación por nuevos desperfectos.

A falta de soluciones estructurales, el gobierno continúa apelando a medidas de emergencia, como importar combustible ruso o mexicano, redistribuir energía por zonas y reducir el consumo industrial, afectando aún más la producción nacional.

El reflejo de una crisis mayor

Más allá de los datos técnicos, el colapso termoeléctrico refleja una crisis sistémica que va más allá de la energía. Es el resultado de décadas de desinversión, centralización estatal y falta de autonomía empresarial, en un contexto económico donde las prioridades productivas han estado subordinadas a la supervivencia política.

Sin una reforma profunda ni apertura a inversiones extranjeras, el futuro energético de Cuba parece condenado a la oscuridad. Cada apagón que deja a millones sin luz es también un recordatorio de un país detenido en el tiempo, donde la infraestructura envejecida se ha convertido en símbolo de un modelo agotado.

El jueves 9 de octubre, el Sistema Eléctrico Nacional (SEN) inició la jornada con una disponibilidad de apenas 1.600 megavatios frente a una demanda que alcanzaba los 2.660 MW. Esa diferencia provocó, desde temprano, un déficit de 1.086 MW. Para el mediodía, las proyecciones apuntaban a una afectación cercana a los 1.050 MW, una cifra algo menor gracias al aporte temporal de la energía solar.

Durante el horario pico se espera incorporar unos 160 megavatios adicionales al sistema, gracias a la puesta en marcha de las unidades 6 de la termoeléctrica de Mariel y 5 de la de Renté. No obstante, la demanda prevista asciende a 3.280 MW, mientras la capacidad disponible apenas llega a 1.760 MW, lo que provocará un déficit estimado en 1.520 MW y posibles afectaciones que podrían alcanzar los 1.590 MW.

Entre las principales incidencias se reportan averías en varias unidades de las termoeléctricas Felton, Mariel y Renté, junto a limitaciones derivadas de la escasez de combustible y lubricantes que mantienen fuera de servicio unos 561 megavatios. A ello se suma que las unidades 1 y 2 de la Central de Santa Cruz del Norte, así como la unidad 4 de la CTE Carlos Manuel de Céspedes, permanecen detenidas por trabajos de mantenimiento programado.

Cuba, una nación a oscuras

Con solo una cuarta parte de sus termoeléctricas operativas, Cuba enfrenta un colapso energético prolongado que ya no se explica por “averías temporales”, sino por una crisis estructural de gran escala. La falta de combustible, el envejecimiento de las plantas y la ausencia de inversiones han sumido al país en una oscuridad que no parece tener fin.

Mientras el gobierno promete soluciones y los ciudadanos sobreviven a base de velas y generadores, el futuro de la energía en Cuba sigue siendo incierto. Lo único seguro es que la isla, una vez más, se apaga entre promesas y apagones.


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