La política migratoria del gobierno de Donald Trump ha dado un giro aún más severo en los últimos meses, con la intensificación de arrestos de inmigrantes indocumentados, incluso aquellos sin historial criminal. Florida se ha consolidado como epicentro de esta estrategia de mano dura que, según analistas y defensores de derechos humanos, prioriza la cantidad de deportaciones por encima del debido proceso y las garantías individuales.
La más reciente estadística interna de ICE revela que, solo en junio, el 36 % de los arrestos realizados en todo el país correspondió a personas sin antecedentes penales ni cargos pendientes, un aumento significativo frente al 21 % registrado en abril. Esta escalada coincide con la implementación de una orden ejecutiva firmada en mayo que impone una cuota diaria mínima de 3.000 detenciones, sin distinguir entre inmigrantes con historial delictivo y aquellos cuya única falta es permanecer en EE.UU. sin estatus legal.
Redadas generalizadas y operativos por cuotas
El cumplimiento de esta cuota ha dado lugar a una serie de operativos masivos y sorpresivos en múltiples estados, pero con especial intensidad en Florida, donde agentes de ICE han reforzado su presencia en áreas residenciales, estaciones de transporte público, lugares de trabajo y hasta hospitales. En algunos casos, se reportaron arrestos de personas mientras dejaban a sus hijos en la escuela o acudían a consultas médicas rutinarias.
Los agentes cuentan además con el respaldo de las fuerzas del orden locales gracias al polémico programa 287(g), que convierte a policías estatales y del condado en agentes auxiliares de inmigración. Florida lidera el país con 295 acuerdos de este tipo, el 43 % del total nacional, lo que permite una coordinación sin precedentes entre ICE y autoridades locales para identificar, detener y entregar a personas sospechosas de estar en situación migratoria irregular.
Centros de detención desbordados y condiciones alarmantes
Este incremento sostenido de detenciones ha provocado el colapso de los centros de detención federales, especialmente en Florida. Instalaciones como Alligator Alcatraz (en el condado de Glades) y Krome North (en Miami-Dade) han reportado niveles de hacinamiento críticos. Testimonios de familiares, organizaciones religiosas y exdetenidos apuntan a la falta de alimentos, condiciones insalubres, escasez de medicamentos y atención médica inadecuada. En algunos pabellones, decenas de detenidos duermen en colchonetas improvisadas sobre el suelo.
Reportes internos filtrados a la prensa indican que ICE ha tenido que utilizar cárceles estatales y privadas en estados vecinos como Georgia, Luisiana, Alabama y Mississippi para albergar el exceso de detenidos provenientes de Florida, muchos de los cuales permanecen encerrados durante semanas o meses sin fecha clara de deportación ni acceso oportuno a un abogado de inmigración.
Cubanos bajo presión: detenciones, vuelos y entrega a autoridades de La Habana
La comunidad cubana ha sido una de las más afectadas por esta política. Actualmente, más de 42.000 cubanos tienen órdenes finales de deportación en Estados Unidos. Muchos han sido detenidos en los últimos meses durante redadas o al acudir a citas programadas con ICE bajo libertad supervisada.
En lo que va del año, se han realizado siete vuelos oficiales de deportación desde EE.UU. a La Habana. El más reciente, en julio, trasladó a 118 personas, tres de las cuales fueron entregadas a las autoridades del régimen cubano por presuntos delitos cometidos antes de emigrar, una práctica que ha generado alarma entre activistas y expertos en derechos humanos por el riesgo de represalias políticas.
Además, frente a la negativa del gobierno cubano de recibir a algunos nacionales, Estados Unidos ha optado por enviar a cubanos con órdenes de deportación a terceros países, entre ellos Sudán del Sur, Esuatini y México, en vuelos coordinados con autoridades de tránsito o cooperación internacional, lo que ha provocado protestas y demandas de familiares.
Una meta polémica: un millón de deportaciones en 2025
En los primeros siete meses del año, ICE ha ejecutado la deportación de más de 150.000 personas, pero la meta oficial impuesta por la Casa Blanca es alcanzar el millón antes del 31 de diciembre. Esta cifra representa más del doble de los niveles de deportación registrados durante los años más activos del mandato de Barack Obama, cuando se llegó a deportar un promedio de 400.000 personas al año.
El cambio de enfoque ha desatado críticas incluso entre sectores conservadores y expertos en seguridad nacional. Un informe reciente del Cato Institute advierte que “la aplicación indiscriminada de las leyes migratorias genera caos institucional, retrasa procesos judiciales y provoca daños sociales colaterales en comunidades productivas, sin mejorar significativamente la seguridad nacional”.
Efectos sociales y legales: miedo, separación familiar y saturación judicial
El clima de temor se ha intensificado entre las comunidades inmigrantes, que evitan acudir a hospitales, denunciar crímenes o incluso enviar a sus hijos a la escuela por temor a ser interceptados por ICE. Abogados de inmigración reportan una saturación total del sistema de cortes, con audiencias pospuestas y falta de intérpretes o representación legal para miles de casos pendientes.
Las organizaciones pro inmigrantes denuncian además la falta de transparencia en los procedimientos y la presión sobre jueces para emitir más órdenes de deportación en menos tiempo. Algunas cortes reportan agendas con más de 50 casos diarios asignados a un solo magistrado.
Conclusión
La actual estrategia migratoria del gobierno de Trump ha transformado por completo la política de aplicación de leyes de inmigración en Estados Unidos, con Florida como terreno de prueba. El énfasis en cumplir cuotas numéricas, sin distinción de antecedentes penales, ha llevado al colapso de centros de detención, al aumento de vuelos de deportación —incluidos a países terceros— y al deterioro de los derechos procesales de miles de migrantes.
A medida que las cifras siguen en ascenso, crece también el cuestionamiento público sobre los costos humanitarios y jurídicos de una política que prioriza la expulsión masiva por encima de la justicia y la dignidad humana.