Aunque la temporada de huracanes del Atlántico ya ha mostrado signos de actividad, expertos de la Universidad Estatal de Colorado (CSU, por sus siglas en inglés) han emitido un pronóstico revisado que sugiere una leve disminución en la cantidad esperada de tormentas y huracanes. No obstante, la temporada sigue proyectándose más activa que el promedio histórico.
El nuevo informe de CSU prevé ahora 16 tormentas con nombre (de las cuales tres ya se han formado), 8 huracanes y 3 huracanes mayores (de categoría 3 o superior). Estas cifras suponen un leve descenso respecto a las estimaciones iniciales de abril y junio, pero siguen por encima del promedio de 30 años, que se sitúa en 14 tormentas, 7 huracanes y 3 huracanes mayores.
Vientos cortantes, el factor decisivo
La razón principal de esta moderación en las proyecciones es el aumento del cizallamiento del viento —fuertes corrientes en altura que pueden desgarrar la estructura de las tormentas tropicales e impedir su desarrollo— especialmente en la región del Caribe. Según los expertos, existe una relación inversa significativa: cuando el cizallamiento es elevado durante los meses clave (julio, agosto y septiembre), suele disminuir la actividad ciclónica total.
“El comportamiento de los vientos en julio es determinante. Si continúan altos, es probable que limiten la formación de huracanes más intensos”, advirtieron los investigadores en un boletín el pasado martes. Según los expertos este elemento del viento es lo más relevante hasta el momento en el Océano Atlántico y por ende se le presta atención particular teniendo en cuenta la proximidad de la etapa más alta de la temporada ciclónica.
Energía ciclónica también a la baja
Además, el pronóstico revisado refleja una reducción en el índice de Energía Ciclónica Acumulada (ACE), un indicador que mide la fuerza y duración de todas las tormentas de la temporada. CSU ha ajustado su previsión de un ACE de 165 a 145 unidades, todavía superior al promedio histórico de 123, aunque menos intenso que el registrado en la temporada pasada, que alcanzó los 162 puntos.
A pesar del ajuste, los meteorólogos mantienen la advertencia de que basta un solo huracán poderoso para causar impactos devastadores, independientemente de que la temporada en su conjunto sea más o menos activa de lo normal.
En definitiva, aunque las probabilidades de una temporada “hiperactiva” se han reducido, los expertos recomiendan no bajar la guardia y mantener los preparativos habituales, especialmente durante los meses más críticos, de agosto a octubre.
Aunque el reciente ajuste en el pronóstico de huracanes para este año ha sido atribuido principalmente al aumento del cizallamiento del viento en el Caribe, meteorólogos advierten que la actividad ciclónica está influida por una amplia gama de factores climáticos y oceánicos, capaces de intensificar o reducir la fuerza de una temporada.
Uno de los elementos más determinantes es la temperatura de la superficie del mar. Los huracanes obtienen su energía del calor del océano, por lo que aguas más cálidas en el Atlántico tropical suelen derivar en tormentas más frecuentes e intensas. Por el contrario, temperaturas oceánicas por debajo de lo normal limitan la posibilidad de formación de ciclones.
Los fenómenos climáticos conocidos como El Niño y La Niña, que implican variaciones en la temperatura del océano Pacífico, también juegan un papel crucial en el Atlántico.
- El Niño, caracterizado por aguas más cálidas en el Pacífico ecuatorial, tiende a incrementar los vientos en altura sobre el Atlántico, lo que dificulta el desarrollo de huracanes.
- La Niña, en cambio, reduce esos vientos cortantes, dejando el camino libre para una mayor actividad ciclónica.
Otro elemento relevante es la presencia del polvo del Sahara, que cruza el Atlántico durante el verano. Este aire seco y cargado de partículas puede inhibir la formación de tormentas al suprimir la humedad necesaria para su desarrollo. Por el contrario, altos niveles de humedad favorecen la convección y, por ende, el surgimiento de sistemas tropicales más robustos.
Buena parte de los huracanes del Atlántico nacen de ondas tropicales que se originan en África y atraviesan el océano hacia el oeste. Años en los que estas ondas son más frecuentes o intensas suelen traer consigo temporadas más activas. Además, patrones de presión como la Oscilación del Atlántico Norte (NAO) también ejercen influencia. Una NAO negativa crea condiciones más tranquilas que permiten a las ondas tropicales organizarse y fortalecerse.
Finalmente, y no menos importante, científicos señalan que el cambio climático podría estar elevando la temperatura media de los océanos, incrementando la probabilidad de tormentas más intensas, aunque no necesariamente más numerosas. “Basta con un solo gran huracán para causar un desastre, sin importar cuántos se formen en total”, advierten los expertos.