Más de 20 familias hacinadas viven en un antiguo edificio, emplazado en la calle Prado 567, entre Teniente Rey y Dragones, justo frente al Capitolio habanero, allí escasea muchísimo el agua potable, y encima el lugar tiene alto riesgo de derrumbe, reporta Diario de Cuba.
Uno de los habaneros que reside en ese inmueble colonial, cuenta teme a diario por su vida y la de su familia.
Yosniel Enríquez revela las escaleras del edificio ya han soltado algunos pedazos de concreto.
«Tuvieron que venir a apuntalar, pero el apuntalamiento está muy mal hecho. El techo se moja completamente, varios pedazos del falso techo se han caído», explica.
Las familias que viven en el lugar, incluido niños, pasan sus días entre el mal olor y las aguas albañales que se notan desde la entrada.
Los vecinos tiene que abastecerse con agua de una pipa que los visita cada 15 días cuando hay suerte, en otras ocasiones va solo una vez al mes, pese a la crisis con el Covid-19, comentó Enríquez.
«Aquí han venido varios funcionarios gubernamentales que nos han dicho que nuestra situación se va a resolver, que en algún momento nos sacarán de aquí para darnos casa, pero hasta ahora nada», denunció el entrevistado.
El vetusto inmueble contrasta con el lujoso hotel Saratoga, gestionado por la élite militar cubana, que se erige a pocos metros de distancia, muy cerca del recién remodelado Capitolio con su cúpula dorada, incluida.
Aunque en la zona se han hecho instalaciones y reparaciones hidráulicas, estas personas no se han beneficiado, pues sus problemas con el abastecimiento de agua continúa.
Hace tan solo unos días el pasado 14 de mayo, hubo un derrumbe en la intersección de Galiano y San Lázaro, de acuerdo al relato de uno de los moradores de «parte de la estructura del edificio» donde vivían otras familias «se vino abajo».
Una madre con seis niños que residía en ese otro inmueble no ha recibido ayuda del Gobierno, pese a la situación en medio de la pandemia.
La sensación de todas estas personas es desamparo y temor, miedo a salir herido o muerto cuando los escombros decidan venirse abajo, desesperanza cuando piensan que su destino será morar en albergues estatales durante años e incluso décadas, con el sueño de un hogar difuminado para siempre.
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